La Peña y el Ebro acotan Lodosa al norte y al sur. Esto, además de ser una singularidad que marca la diferencia respecto a la mayoría de pueblos riberos, entiendo que a lo largo de los años ha marcado nuestra forma de vida.
Es posible que, al estar acostumbrados a tenerlo ahí, no prestamos mucha atención a nuestro río. De hecho en Lodosa no decimos “río” (al go más propio de los forasteros); decimos “Ebro”. Incluso en el habla popular de nuestros padres y abuelos se dice “al Ebro, del Ebro”; o la expresión del agricultor acostumbrado a la fuerza de sus aguas cuando se describe a un tragón: “Come más que la orilla (del) Ebro”.
No encontraremos en Navarra un “Ebro” tan bonito como el de Lodosa, y tan integrado con sus habitantes. Como esparcimiento lúdico en su espacio urbano para paseos y prácticas deportivas. Y, por supuesto, como padre de su Regadío, que es la fuente histórica de riqueza y trabajo de Lodosa. Puede que suene a bilbainada, pero es verdad.
No es fácil encontrar parques tan característicos como el Medianil o el Ferial, o un remanso de agua como la zona del puente de la Harinera; o en la otra orilla, una zona como las Balsillas. Son espacios naturales que sorprenden gratamente a quien nos visita, y que sabemos disfrutar los que vivimos aquí.
El Ebro en Lodosa es majestuoso, poderoso y hasta navegable como campo de regatas.
Además de su belleza, qué decir de todo lo demás que el Ebro ha dado a Lodosa y a sus gentes a lo largo de la historia. No me voy a poner a repasar obviedades, pero es evidente que gracias a nuestra cercanía al Ebro disfrutamos de nuestros regadíos y de una facilidad de acceso al agua que es la envidia de otros.
Y tanto bueno, no puede estar exento de algún disgusto. Las riadas, o las “crecidas” como nosotros las llamamos, no son ajenas a nosotros. Estamos acostumbrados casi cada año por estas fechas a ver cómo parte del Ferial es ocupado por el cauce. Es típico que muchos de nosotros nos acerquemos hasta el río para ver la “crecida”, entendiéndose como un bonito espectáculo que merece unas fotografías para el recuerdo.
Esta vez llevamos un mes poco habitual, en el que el Ebro está acaparando casi toda nuestra atención. Estos días lo vemos como un coloso amenazante capaz de arrastrar lo que se ponga por delante: Las familias que viven en los barrios cercanos al cauce, las empresas del Polígono de El Ramal, o los agricultores de Gobella, llevan 30 días de continua alarma y preocupación por la evolución del caudal.
La primera riada del 1 de febrero y los otros cuatro repuntes han sido avenidas por encima de lo acostumbrado; y esta vez el Ebro y su cauce han decidido quitarnos un poquito de lo mucho que nos dan. Los daños y las molestias ocasionadas son cuantiosas, pero confiamos en que una vez pasada esta situación, todo volverá “a su cauce”, y el propio río irá devolviéndonos a la normalidad.
Respeto a nuestro río
Sin duda, las riadas han hecho florecer una serie de problemas sobre cómo tratamos los ríos y cuáles son las causas de no poder controlar o prever los problemas que cada cierto tiempo nos produce. Esto es un tema que tendrán que ir solucionando las administraciones competentes para ello.
Sin embargo, hay una parte que nos compete a todos, sobre todo a los que más cerca estamos de él. Seguro que ya os habéis dado un paseo por la orilla estas semanas, y si no, os animo a que lo hagáis este fin de semana para que saquéis vuestras propias conclusiones: Es fácil reconocer hasta dónde llegó el nivel del caudal.
Fijaos la cantidad inmensa de residuos que se han ido depositando; residuos de todo tipo que el Ebro nos devuelve enfadado, y que nos deben hacer recapacitar sobre el tratamiento que le damos. Es curioso que nos acordemos del Ebro cuando nos llama la atención con sus “crecidas”, pero deberíamos preocuparnos más por él el resto del tiempo, aunque sólo sea por reconocerle el mérito de todo lo bueno que nos ofrece.
Por cierto, sobre La Peña también habría mucho que reflexionar. Me apunto el tema para otra entrada de Poliki.
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