Un día como hoy, hace 40 años, llegó la democracia a nuestros pueblos y nuestras ciudades. Después de casi medio siglo, la ciudadanía se acercó a las urnas y eligió a los vecinos y las vecinas que se encargarían de gestionar los asuntos públicos del municipio.
Los incipientes partidos políticos, pero también las asociaciones y los colectivos ganaron con la fuerza de los votos el salón de plenos y volcaron sobre la mesa las inagotables demandas de la gente, que apenas acababa de aprobar la Constitución. Es imposible no asociar la estación meteorológica (empezaba la primavera), con el significado de aquellas elecciones municipales.
“La democracia llegó a la sociedad – decía el otro día un alcalde – cuando los alcaldes y las alcaldesas empezaron a cambiar nuestras calles, nuestras plazas, nuestra vida, nuestra cultura, nuestra educación… y, sobre todo, nuestra convivencia”.
Después, todos conocemos la historia. Los ayuntamientos han crecido en recursos, en competencias y en servicios (por más que el Estado tiene aún muchas deudas con ellos) y han sido durante estos 40 años una pieza clave del desarrollo, el progreso y la calidad de vida que ha ganado nuestra sociedad. Seguramente por su cercanía, pero también por la gestión de unas personas que escuchan a sus vecinos y trabajan sin grandilocuencias y con los pies en el suelo, la rentabilidad social y la eficiencia de la política municipal está fuera de toda duda.
Hemos creado pueblos y ciudades a la medida de las personas, hemos ofrecido espacios para la convivencia y lugares para el desarrollo individual y social, sin dejar de lado a nadie.
Y ahora, cuarenta años después de aquel 3 de abril, quienes asumimos la responsabilidad municipal seguimos teniendo claro nuestro papel. Hemos de prestar los mejores servicios básicos: agua, alumbrado, recogida de residuos… pero no somos una empresa. Para cumplir solo con esas funciones no harían falta elecciones locales ni partidos políticos o agrupaciones vecinales. Por mucho que a veces las leyes intenten inútilmente limitar nuestro trabajo, siempre iremos más allá, hasta donde lleguen las necesidades de nuestros vecinos y nuestras vecinas.
Porque el mundo cambia y con él también los retos a los que nos enfrentamos, y este tiempo que nos toca vivir nos ha traído nuevas y complejas realidades. El deterioro del Planeta, las migraciones, la escasez de trabajo, el envejecimiento de la población, el mundo de las nuevas tecnologías, el uso y la gestión de los recursos naturales, la interminable desigualdad entre mujeres y hombres, las amenazas que padece la democracia y la necesidad de abrir las instituciones a las personas… Estos y otros son asuntos que, en mayor o menor grado, nos apelan y requieren una parte de nuestro esfuerzo.
El futuro se juega en las ciudades (lo dicen todos los expertos) y los gobiernos locales tienen mucho que hacer para ganarlo. Para ello, necesitamos dotar a nuestras Administraciones Locales de estructuras racionales, eficaces y eficientes, pero también de recursos. El resto, lo podrán los vecinos y las vecinas y su capacidad de transformar el mundo desde las comunidades locales, como lo hicieron aquel 3 de abril de 1979 todas aquellas personas a las que nosotros, hoy, debemos reconocimiento.
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